LUIS PÉREZ-ORAMAS (LPO): Quiero hacerte una pregunta sobre una de tus primeras obras: Estudios sobre la Felicidad, 1979-81. Resulta que tu iniciaste esa obra —tu obra— preguntándole a la gente «¿Es usted feliz?», y lo hiciste en un momento de infelicidad colectiva incontestable, durante aquella terrible dictadura de Augusto Pinochet.
ALFREDO JAAR (AJ): Era el año 1979 y yo tenía 23 años, terminaba mis estudios de arquitectura. Por no haber estudiado arte y tener un conocimiento del arte bastante limitado, era natural para mí hacer un arte que se enfrentara al mundo de manera pública. No es otra cosa lo que hacemos los arquitectos, porque no existe la arquitectura privada.
La arquitectura es el arte más público y, tal vez, por eso se me hacía muy natural trabajar afuera, en el espacio público. Obviamente durante la dictadura había un problema gravísimo de censura, había muchas cosas que no se podían decir. Por lo tanto los artistas teníamos que aprender un nuevo lenguaje, el lenguaje de decir sin decir, de decir entre líneas. Este nuevo lenguaje podía tener que ver con la poesía, con la metáfora, con una serie de estrategias de sugerencias lingüísticas y de otro tipo, donde se articulaban cosas; pero sin decirlas abiertamente. Era un asunto de sobrevivencia. Era eso o «te desaparecían». Y entonces yo quería hacer un proyecto participativo y uno de los grandes problemas, de ese momento, era un Chile donde no se votaba, donde no se consultaba la opinión de las personas, donde no había proceso democrático alguno. La idea era imaginar una acción que fuese interesante dentro de ese panorama desolador. Inventar algo, inventar un modelo de democracia dentro de un espacio no democrático, y ello sería como hacer la obra perfecta, la obra a realizar en ese tiempo, durante una dictadura.
¿Cuál podría ser ese modelo? Lo empecé a conceptualizar y me dije: «Bueno, vas a tener que incluir la participación del público, vas a tener que incluir imágenes en la calle, en la ciudad, vas a tener que incluir una suerte de estrategia de comunicación, de consulta, para permitir que la gente se exprese». Y, por supuesto, también tendría que hacerlo de manera que no pusiese en riesgo ni mi vida ni la vida de los que aceptarían —casi de manera suicida— unirse a participar en esa locura.
Me hice diversos planteamientos, imaginé diferentes ideas, diferentes temas en torno a los cuales articular todo aquel proceso. Hasta que me dije, «Alfredo, estás perdiendo el tiempo, vámonos a la esencia, elijamos el tema más esencial, más filosófico, que es por cierto inevitable, la felicidad».
Y entonces el título se me ocurrió al comienzo, de hecho antes de diseñar perfectamente todas las etapas. Surgió porque estaba leyendo en esa época a Henri Bergson, sus estudios sobre la risa, que, por cierto, en plena dictadura era divertido leer ese libro. Era una interesante válvula de escape. Y, como decimos en Chile, «muy patudamente» le robo el título a Bergson y decido llamarlo: Estudios sobre la Felicidad. Claro, sonaba de una petulancia, de una arrogancia y me dije: «No importa, esto le va a dar un carácter serio, un tono grave y filosófico al asunto. Como si se tratara de una real investigación. Tal vez eso mantenga a los militares a distancia, porque considerarán que es un campo que no les afecta, que no les interesa, al que son indiferentes». Así surgió el título, y salí a la calle a hacer mis preguntas, junto con un compañero que vigilaba las esquinas por si aparecían los militares y otro que me fotografiaba, y ahí empezó el proyecto.
Le preguntaba a la gente si era feliz y para protegerme tenía dos interrogantes. La principal ¿Es usted feliz? y la otra —porque la verdad es que yo necesitaba protegerme— era una interrogante general, algo como Estime un porcentaje de gente feliz en el mundo. Ante lo cual, por supuesto, ¿qué me podían hacer los militares, no es cierto? Si me sentía seguro, si veía que no pasaba nada, les lanzaba la siguiente pregunta, ciertamente más comprometedora en aquellas circunstancias: Estime un porcentaje de gente feliz en Chile. ¿Entiendes? Ahí está, yo salía con estas cosas y les entregaba un caramelo de menta, les daba una mentita para que la depositaran como si fuese un «voto» en las casillas que correspondían a los porcentajes de sus respuestas.
Con esto, todo tenía un carácter casi ridículo y les decía: «No se preocupe si no quiere contestar, cómase la menta». Entonces les regalaba otra menta: «Si no quiere, no conteste, pero vote». Los resultados revelaron que la mayoría estimaba que solo un 20% de gente era feliz en el mundo, un poco más —20% a 40%—, y después para Chile el resultado era muy similar. A mí me interesaba mucho la sociología e inventé estas etapas de la encuesta para abordar la pregunta principal. La idea también era darle a esto un aura de investigación, para hacer trampa, para disimular, camuflarme detrás de un ámbito académico para no correr riesgos.
LPO: Claro. ¿Y alguien logró captar la dimensión política de la pregunta?
AJ: No. Los militares me dejaron tranquilo, yo era más bien para ellos…
LPO: … un loquito en la calle preguntando.
AJ: Sí, ¿no ves la pinta que tenía? Era un hippie, tenía el pelo hasta acá, entonces yo no era una amenaza para ellos… Ese fue el comienzo. Ese fue el comienzo… Imagen de arriba: Alfredo Jaar, Serie de encuestas (Estudios sobre la Felicidad, 1979–81), 1980