Recordando a Sofía Imber
Viernes, Junio 14, 2019Esta es la primera de una serie de pequeños homenajes a algunas de las personas que he considerado mentores a lo largo de mi vida como coleccionista de arte latinoamericano. Esta primera entrega está dedicada a la infatigable Sofía Imber, una figura central para la cultura venezolana.
Sofía Imber (8 de mayo 1924 – 20 de febrero 2017)
Todos conocemos esas historias sobre los orígenes de las grandes empresas de Silicon Valley en el garaje de alguno de sus fundadores. A esta lista deberíamos agregar el garaje en Venezuela en el que Sofía Imber comenzó lo que se convertiría en el Museo de Arte Contemporáneo en Caracas. El espacio era una tienda de repuestos hasta que, en 1974, Sofía la transformara en un museo de prestigio internacional. Sofía fue su directora y principal curadora hasta el 2001 cuando fue injustificadamente despedida por el entonces presidente Hugo Chávez a través de su programa de radio Aló Presidente, tras haber sido abiertamente crítica con su gobierno. Por supuesto que fue crítica: Sofía era una periodista reconocida, cuya inteligencia no podía ser silenciada.
Todos los involucrados en el ámbito cultural de Venezuela y América Latina conocían a Sofía; era una figura extremadamente influyente, que entendía cómo conectar personas e ideas. Cuando vivió en Europa durante la década de 1950 con su primer marido, el escritor y diplomático venezolano Guillermo Meneses, fue ella quien reunió a artistas de vanguardia europeos con el arquitecto modernista venezolano Carlos Raúl Villanueva, quien trabajaba en el proyecto para la Ciudad Universitaria de Caracas. El artista Victor Vasarely y Villanueva se convirtieron en grandes amigos y, inspirados en el deseo de Villanueva de integrar el arte y la arquitectura, Vasarely realizó tres obras para el diseño de museos al aire libre de la Universidad, titulando una de ellas Sophia. Gracias a las conexiones facilitadas por Sofía, Fernand Léger, Alexander Calder, Jean Arp y Henri Laurens se encuentran entre los otros artistas que hicieron obras para la Universidad, declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en el año 2000.
Cuando ella y Meneses regresaron a Caracas, crearon la revista CAL (Crítica, Arte, Literatura) junto con el diseñador Nedo MF. La revista tenía un compromiso con el libre intercambio de ideas, fue experimental en su diseño gráfico se convirtió en referencia para el nuevo pensamiento crítico sobre el arte contemporáneo.
Tuve la fortuna de tenerla como amiga y mentora cuando era joven y comenzaba a interesarme por el arte. No exagero si digo que mi interés en el arte —el inicio de mis estudios en arte— fue una consecuencia directa de mi relación con Sofía Imber. A lo largo de los años he tenido el privilegio de contar con numerosos y muy sabios consejeros, pero ella fue mi primera mentora importante. Sofía conducía un talk show matutino junto con su segundo esposo, el escritor e intelectual Carlos Rangel, que se transmitía por Venevisión. El programa presentaba comentario político y entrevistas con luminarias que incluían a premios Nobel, artistas y escritores como Jorge Luis Borges y Octavio Paz. Durante su transmisión, el programa contribuyó de manera significativa a la opinión pública y los debates sobre asuntos culturales y políticos.
Carlos Rangel era muy admirado por mi esposo Gustavo, y cuando se hicieron grandes amigos, Carlos, Sofía, Gustavo y yo salíamos a cenar con frecuencia. Siempre era un placer, así fuéramos a Hector´s, el restaurante al lado del museo de Sofía, o a su casa –entre sus muchísimos talentos, Sofía era una estupenda chef y las pláticas de sobremesa eran variadas y fascinantes.
Por extraño que parezca, una de las primeras conversaciones que tuve con Sofía Imber fue sobre el método de parto Lamaze. Llevaba ocho meses de embarazo cuando nos conocimos y estaba entonces aprendiendo sobre Lamaze. Sofía tenía cuatro hijos y, así como con tantas cosas en su vida, fue la primera en saber sobre el entonces novedoso método. No me sorprendería que hubiera conocido al Dr. Lamaze en persona cuando vivía en París. Le encantó saber que yo también había estudiado a Lamaze.
El tema de nuestras conversaciones en seguida pasó de la maternidad y el parto al arte. Aunque exhibía a los “maestros” europeos en su museo, Sofía era una defensora incansable del nuevo arte de América Latina. Después de cenar, a menudo íbamos al museo para un recorrido privado con Sofía, que era en realidad más como una clase magistral. Gustavo y yo comenzamos a adquirir algunas pinturas de artistas tales como Vasarely, Seka Severin, Pedro Tagliafico y Jesús Soto en base a sus recomendaciones. Nos decía “si van a Ecuador, tienen que ver la obra de este artista”, ¡y allá íbamos! Los artistas latinoamericanos que más le emocionaban eran por lo general poco conocidos (aunque muchos de ellos se volvieron famosos después) y sus prácticas artísticas muy innovadoras. Para Sofía NO se trataba, de ninguna manera, de arte como inversión, salvo que se tratara de una inversión en el arte o el artista en sí mismos. Aquellos artistas a los que apoyó sintieron siempre su profunda atención y absoluto compromiso. Jesús Soto, cuyo trabajo mostró desde el inicio, fue uno de los muchos que permanecieron leales a ella por años, e incluso protestó públicamente cuando la sacaron del museo que ella misma había fundado.
Sofía también formó parte de la alfabetización cultural de Venezuela, visibilizando el arte contemporáneo a lo largo del país, llevándolo a lugares remotos en los que de otra forma la gente no hubiera tenido acceso. En ese entones, Sofía dirigía la sección cultural del periódico El Universal y fue muy insistente en incluir nuevas voces de la crítica de arte. Era incansable, brillante, visionaria, y aunque haya sido “despedida” de su museo, jamás será ignorada por la historia. De hecho, el museo que fundó es, hasta el día de hoy, conocido popularmente como “El Museo de Sofía”.