¿Cómo se siente, o mejor dicho, qué significa ejercer el arte?
La invitación para conducir un debate en línea en ocasión del próximo Seminario Fundación Cisneros, Formas de aprender, parecía la oportunidad propicia para plantear algunas de las preguntas que han surgido durante la organización de The Wilson Exercises, un proyecto de Rivet con los artistas Anna Craycroft y Marc Vives. Se trata de un proyecto de tres partes sobre “el ejercicio” como modus operandi colectivo. El tema fue inspirado por varias conversaciones con artistas y colegas curadores en las que hemos notado un interés cada vez mayor por aprender haciendo. Es una forma de ir nuevamente a lo básico, de reducir la escala, con un especial interés por las manos a la obra y un compromiso con el material que define al arte como práctica (entendemos este resurgimiento como un desvío de la definición de arte como práctica y, en cambio, favoreciendo al proyecto sobre el producto, poniendo énfasis en la actividad discursiva). También podría poner el auto aprendizaje por encima de la inscripción en algún programa o currícula.
Dentro del marco del actual desplazamiento hacia un quehacer no apologético o un trabajo más caracterizado por el aprendizaje continuo, nos interesa pensar de manera más profunda en el término ejercicio, más usado en contextos artísticos hispanoparlantes, que en el contexto anglosajón. Mientras que ejercicio en la cultura occidental refleja las formas laborales tardías del capitalismo usando el propio cuerpo como acto desesperado de auto superación, condenado a ser insuficiente, el ejercicio, cuando se habla de arte, todavía parece anticipar lo inesperado y revelatorio, y simultáneamente ser dependiente del tiempo, del ritmo temporal, del mantenimiento y rutina del presente. La idea es menos compensar lo que falta o mejorar, que aprender y persistir y, al hacerlo, expandir los registros de atención e imaginación, o por lo menos distraer a ese inminente y responsable sujeto llamado “artista” para que actúe como agente del ejercicio.
Te invitamos a considerar si, en tu contexto, hace sentido pensar sobre el arte y el ejercicio o sobre el arte como ejercicio. ¿Se puede ganar algo al unir arte-como-ejercicio como algo que alguien quiere hacer, pero también como una actividad nacida de un agudo sentido del tiempo y del ritmo, incluyendo aspectos como mantener la rutina y la posibilidad de caerse del vagón? ¿Puede la conciencia del tiempo, la repetición e inclusive la rutina, ayudarnos a concebir el arte como un tipo de actividad que afecta menos directamente la plusvalía exponencial (y como terreno privilegiado por excelencia para la salvaje especulación financiera)? ¿Podría el ejercicio significar una plena libertad esencial para hacer arte que se hubiera perdido al enfatizar demasiado en “la práctica” como término sombrilla? Y, para el público espectador, ¿puede el arte que se llama a sí mismo ejercicio desarmar las expectativas establecidas?