Encontrar lo que permanece
Domingo, Noviembre 29, 2020Como parte de una serie de preguntas en torno al proyecto El pluriverso: una mirada al futuro, esta es una propuesta para encontrar conexiones entre las diferentes provocaciones que reúne el debate, más aún, es una invitación a convertirnos en viajeros del tiempo, nómadas con mundos a cuestas.

Un valle (sin fecha)—Archivo familiar de Jesús Torrivilla.
Debajo del asfalto que cubre el camino está la grava que llevó mi abuelo.
El Tejero es una carretera recta que cruza los estados petroleros de Monagas y Anzoátegui en Venezuela. Esa vía la recorrí durante los primeros veinticinco años de mi vida. No se me olvida la larga tubería que acompañaba un buen y desértico tramo del viaje, así como los mechurrios de gas pasando alguna de las refinerías. Hicimos muchas veces ese trayecto, en medio de un calor industrial de campo petrolero, o sorteando un aguacero que varias veces nos hacía dormir arrullados por el estruendo.
La historia de mi abuelo Chúo es un relato que he descubierto a pedacitos. Recuerdo cómo me emocionó saber que formó parte de la construcción de esa vía por la que yo pasaba cada año. Si nunca le he hecho caso a las genealogías familiares no es porque reniegue de mis raíces sino porque aprendí a podarlas y moverlas conmigo. A mi abuelo lo sacaron de su casa a los cinco años, después de la muerte de su madre. Sé muy poco lo que pasó antes, pero ese pasado permanece ya sumergido en el fondo de un lugar inalcanzable.
Viviendo en la Ciudad de México se suman los años en que no he regresado al país donde nací. He podido escapar de la nostalgia, aunque esta es una decisión que tomo a diario. Si pienso en los pueblos a lo largo de esa carretera que ayudó a construir mi abuelo los imagino ya como arrugados fantasmas. Esos lugares que él recorrió con su camión rojo sufren innumerables formas de abandono. La ingrávida intensidad del recuerdo me sugiere que es mejor el olvido.
Pero hay algo que permanece. Por eso he descubierto que debo permitirme recordar.
Me pregunto cómo mirar el pasado. No busco la claridad de la pertenencia, sino iluminar los vínculos que me permitan aprender a desobedecer. [1] En la introducción a Metodologías del oprimido, Chela Sandoval —teórica notoria del feminismo poscolonial— explica cómo los impulsos primarios de la teoría crítica y el pensamiento interdisciplinar que emergieron en el siglo XX son formas de transformar la percepción dominante desde un pensamiento que les hace oposición. Dice que su libro quiere levantar las formas de represión precisamente para permitirnos recordar. [2]
El proyecto El pluriverso: una mirada al futuro ha sido una oportunidad para pensar, desde el arte, en el paradójico trayecto del tiempo. En las contribuciones hay una decisiva apuesta por un futuro latinoamericano en que lo latinoamericano ya es un anacronismo. Lo que se lee es otra cosa, un más allá terrenal en el que nuestras vidas y nuestros tiempos se entrecruzan, interdependientes, justos y crueles, para hacer un futuro de mundos más que de naciones. [3]
Los artistas que conforman este proyecto tienen en común una insistencia en permitirse recordar para transformar la percepción hegemónica. Es lo que sucede en el relato de Érika Ordosgoitti, cuando recuerda el riesgo de su performance Fotoasalto en Caracas. Desnudarse en el espacio público la ha hecho pensar en su cuerpo como la raíz moral de la sospecha. Una diana persigue a Érika mientras se sube a uno de los leones de la ciudad, mientras baja a sus cañerías y ríos sucios. ¿Cuál es el secreto de ese artefacto que la mira? No lo sabe, pero la amenaza sobre su cuerpo es suficiente para sospechar: “Nadie se escapa de la alienación (...) Todos bebemos de la fuente que hace hablar a los muertos a través de nuestra boca”. Reconocer el peso del pasado —con su carga dolorosa— es decisivo para afinar la percepción.
Sandra Monterroso, por su parte, despierta cuando su abuela le entrega su último aliento. Su pasado maya no estuvo siempre ahí para ella, tampoco la esperaba en forma de un objeto estático; es, más bien, un viaje que decidió emprender: “Los antiguos mayas y los Aj’quijs, guías espirituales, hablan de que nuestros ojos están desasociados, uno ve al pasado y otro al futuro. Así fue mi viaje, hacia atrás y hacia adelante. Transitar el pasado abrió una trayectoria hacia mi futuro”. Por eso fue importante retomar en su obra Lix Cua Rahro / Tus tortillas, mi amor la preparación de las tortillas con gestos sobrevivientes, palabras, saliva y lágrimas.
En la “praxis diferencial”, asegura Chela Sandoval, está una clave para entender los desplazamientos, transformaciones y quiebres en las identidades personales y políticas como resistencias ante “tecnologías del poder”, en vez de tácticas esencialistas. Es decir, reconciliarnos con las exigencias de la metamorfosis a la vez que nos rebelamos contra lo impuesto. [4] Buscar en el pasado, para Sandoval, no equivale al encierro sino a una apertura camaleónica en búsqueda de una ética. Solo así pueden coincidir las resistencias hacia las diversas tecnologías del poder que nos afectan en un mundo en que la opresión está cada vez más democratizada.
Desenterrar el pasado no lo regresa intacto. Esa es la propuesta conceptual de Roberto Guerrero, quien acuña el término arqueo-loca-logía o arqueología de la loca, para excavar en su pasado y reinventar la memoria. De esa manera el universo de su lenguaje, recuerdos y afectos se realinean todos para el festejo, una apelación “a la celebración de lo personal desde conexiones aparentemente irracionales”. Aunque permanezca, el pasado cambia con nosotros cuando aprendemos a mirarnos mejor.
En una estrategia similar, Elektra KB decide abrir portales entre su pasado y un mundo futuro que llega para salvarla: “Vivir en este mundo distópico me hizo descubrir que había muchos mundos”, asegura. Para habitar el que ella invoca se debe enfrentar la renuncia: hay que abjurar de la nación y del género. Solo entonces la simbiosis cuerpo y máquina traerá la sanación interespecie. La niña que se crió en un hospital de Boyacá donde trataba a todos de ‘sumercé’, se transforma en guerrera intergaláctica. Ninguna de las dos Elektra es menos verdadera en su obra.
Las relaciones temporales y visuales que dibuja el proyecto El pluriverso desplazan la pregunta de lo real hacia su representación. Es decisiva la interpelación que el arte le hace a la historia para poder introducir la condición crítica de la percepción, como lo sugiere Sandoval.
El artista y cineasta libanés Jalal Toufic también cree que el arte, cuando se enfrenta al ‘surpassing disaster’ debe responder como comunidad. Ese desastre lo entiende cuando la cultura se “retira”, cuando la tradición deja de estar disponible para los artistas y ellos se ven en la necesidad de resucitarla. Por eso un artista siempre está en sintonía con su propio tiempo —ni a la vanguardia, ni a la retaguardia—, pues debe excavar en aquello que le han negado para “resucitarlo”[5]. Su trascendencia sólo dependerá de las colaboraciones anacrónicas que los otros artistas del futuro hagan con su obra.
¿Qué es lo que se resucita? No la tradición como el “dominio de lo genuino”, sino aquello que funcionaba como “oposición al estado de las cosas que provocó el desastre”[6]. Entre las diferentes historias que nos contamos, las identidades que decidimos habitar y los espacios que construimos para hacer habitable el futuro, la excavación del pasado que hacen los artistas es una lucha contra la catástrofe, en sintonía con un ‘pensamiento oposicional’ como lo acuña Chela Sandoval, es decir, una constante indagación en las formas de resistencia.
El pluriverso: una mirada al futuro destaca la capacidad para imaginar diferentes tiempos y espacios en torno a cosmogonías de diversa impronta. Somos, entonces, viajeros en el tiempo, como lo propone Alan Poma en su ópera andinofuturista Victoria sobre el sol. Esta apuesta por un pasado como la materia maleable de una práctica artística que imagina otros mundos es decisiva para la apertura de horizontes múltiples. La emergencia catastrofista, la distopía tecnológica y al atrincheramiento identitario retroceden frente al ensamblaje como tecnología de resistencia. El mundo no se acaba sino que se reconstituye desde su representación.
El pasado tiende a resucitar como un relámpago antes de que se precipite el aguacero. Para mí ese instante sucedió en una cena en la Ciudad de México, cuando un amigo de pronto volteó a decirme:
—¿Puedo preguntarte algo de tu familia? A veces percibo fragmentos de la historia de otra persona —dijo antes de explicarme que es una facultad que heredó de la familia de su madre.
—Tu abuelo trabajaba en algo relacionado con transporte, carreteras. ¿Estoy en lo correcto? Lo acabo de percibir.
Esa casualidad, o esa sensibilidad, me espantó. Más que un adivino, me pareció que me hablaba un historiador: esta es una de las cosas que ha hecho posible que hoy estés donde estás.
Una de las últimas veces que dimos un paseo en el camión rojo de mi abuelo fue para ver un lago de reciente aparición. Un recorrido por montañas y curvas sinuosas revelaba un paisaje sumergido que solo aquellos que vivían ahí podían recordar. No era el producto de una catástrofe sino algo muy común: cuando construyen represas suelen inundar los terrenos cercanos. Este pueblito que quedó bajo las aguas tenía el nombre de Clavellino.
—Ahí fue donde nació tu abuelo.
Me imaginé, por unos segundos apenas, como un buzo, visitando su casa, la Iglesia y la Plaza Bolívar. Hasta acá no llegaba el despliegue industrial de los campos petroleros, este era más bien un valle verde, aislado del oro negro. Sin embargo, un presente en común los hermana: las calles de Clavellino, de estar hoy en la superficie, lucirían como las de esos pueblos junto a la carretera que mi abuelo ayudó a construir.
Clavellino parece más en paz en su sepultura de agua. Aquí abandonaron a mi abuelo y quién sabe cuánto frío habrá pasado en cuántas noches sin casa. Hay recuerdos que de pronto cobran vida, así no sean del todo nuestros, piedras que vibran debajo del asfalto o que flotan como encantadas desde el fondo de un lago hasta la superficie. Esos fragmentos que permanecen del pasado nos interpelan todo el tiempo, solo hay que aprender a mirarlos.
Este ejercicio es el resultado del diálogo sostenido entre quienes se han sumado al proyecto. A partir de sus ideas, prácticas artísticas y provocaciones teóricas, surgen preguntas en común que me permitieron regresar a un lugar sobreviviente del pasado y buscar estrategias de conexión entre múltiples mundos.
A continuación, una serie de preguntas que, pensadas en colectivo, se proponen para continuar el diálogo más allá de estas páginas digitales:
- ¿Cómo nos convertimos en viajeros entre pasados y futuros de resistencias? Apostemos por imaginar, más allá de utopías y distopías, en futuros posibles a partir del tiempo y de historias latinoamericanas.
- ¿Junto a quiénes pensamos la posibilidad de existir en el futuro? Nuestra sobrevivencia dependerá de las alianzas que sepamos hacer entre diversos mundos.
- ¿Qué tipos de espacios vamos a ocupar en el futuro? Pensemos en las historias que definen los espacios de nuestro presente y de qué formas podemos confrontarlas para encontrar nuestro lugar en el futuro.
- ¿Cómo puede contribuir el arte a cambiar el sentido de la emergencia por la esperanza? Las prácticas artísticas son decisivas para imaginar otros mundos posibles fuera de los sistemas hegemónicos.
[1] Benjamin sugiere una noción de justicia que se parece mucho a la sensualidad: “...la verdad no es un develamiento que anula el secreto, sino una revelación que le hace justicia”. Benjamin, W. El origen del drama barroco alemán. Taurus: 1990, p. 13.
[2] Sandoval, Chela. Methodolgy of the opressed. University of Minnesota Press: 2000, p. 6-7.
[3] En este texto citaré a Chela Sandoval y Jalal Toufic, autores quienes, a pesar de no estar mencionados explícitamente en el proyecto El pluriverso, dialogan con la mirada teórica de las contribuciones.
[4] Ibid, p. 62.
[5] Toufic, Jalal. The Withdrawal of Tradition Past a Surpassing Disaster. Edición digital por Jalal Toufic: 2009, p. 14.
[6] Ibid, p. 29.