Este extracto es del libro Carlos Cruz-Diez en conversación con Ariel Jiménez, publicado por Fundación Cisneros/Colección Patricia Phelps de Cisneros en 2010. El libro está disponible para leer y descargar gratuitamente.Carlos Cruz-Diez nació en Venezuela en 1923 y durante los años cincuenta viajó a Europa del este, absorbiendo las teorías del color de la Bauhaus y las tendencias en abstracción geométrica. A su regreso a Venezuela en 1957, formó parte de un grupo de artistas que experimentó con la abstracción, el arte Concreto, el Op Art y el cinetismo. Cruz-Diez exploró la relación entre el color y la percepción, una búsqueda reflejada en sus obras, instalaciones y esculturas públicas.
Carlos Cruz-Diez (CCD): Desde niño, nada me interesaba más que dibujar y pintar. Cuando entré a la Escuela de Artes Plásticas y Artes Aplicadas descubrí el mundo inmenso del arte y el placer de trabajar con materiales que nunca había usado, como el óleo, la tela y el pastel. Mientras aprendía y progresaba en el oficio surgieron muchas inquietudes, angustias, dudas y un profundo sentimiento de exclusión al ver que ningún venezolano figuraba en los libros de historia del arte que caían en mis manos...¿Y entonces —me preguntaba— Arturo Michelena, Cristóbal Rojas, Tovar y Tovar, no fueron artistas? ¿Qué fueron entonces? ¿Es que en Venezuela no se hace arte ni hay artistas?
Ariel Jiménez (AJ): Todo el que tenga un mínimo de conciencia histórica y mida los inmensos desequilibrios del país, no puede vivirlos sino con dolor. La insatisfacción ante el presente despierta inevitablemente un deseo de cambio y en algunos la voluntad de contribuir con su obra para que ese cambio se haga posible. Es perfectamente imaginable que entonces, apenas concluida una de las más largas y retrógradas dictaduras de nuestra historia, la de Juan Vicente Gómez,
[1] los jóvenes sintieran la necesidad de transformar la realidad que habían conocido, sobre todo si tenían una imagen tan pobre de nuestro pasado cultural.
CCD: A veces es sano caricaturizar las cosas más graves para hacerlas menos dolorosas. Es una actitud heredada de mi madre, que transformaba toda situación conflictiva en un chiste. Por eso digo, con mucho orgullo, que vengo de un país “precolombinamente subdesarrollado”, donde no existen grandes tradiciones históricas y donde los indios más cultos, los que poblaban las bocas del Orinoco, tuvieron que huir ante la llegada de los salvajes Caribes. Nuestro legado histórico, aunque importante, no adquirió el nivel de desarrollo que tuvo en Perú, México, América Central e inclusive en Colombia. Como sabemos, España invirtió muy poco en estas tierras, porque la riqueza, aparte de las perlas y la sal, no se veía, estaba escondida bajo la tierra. En la Capitanía General de Venezuela no se construyeron edificios ni templos en piedra, salvo los castillos para proteger las salinas, que era la única riqueza visible. El rey Carlos V pagó las deudas producidas por las guerras de Flandes, entregándoles estas tierras a unos banqueros alemanes
[2] que no encontraron otra cosa sino muerte. Al no generar riqueza, España no hizo inversión cultural en Venezuela, ni se enviaron grandes personajes a administrar estas colonias. Además, nuestro triste siglo XIX (a excepción de Guzmán Blanco
[3] que creó las Academias de Historia y de Bellas Artes) fue dominado por caudillos, algunos de ellos ladrones, ambiciosos e incultos, que se disfrazaban de militar al llegar al poder, y para quienes el arte y la cultura no tenían significación alguna. Ese origen no me deprime, me hace sentir orgulloso, porque todo lo que soy y lo que podemos ser, es el resultado del esfuerzo individual de cada uno de los venezolanos. No heredamos cultura, tenemos que inventarla.
AJ: Y sin embargo, para quienes tenemos hoy la tarea de construir parte al menos de esa historia que en su juventud parecía inexistente, se hace claro que ninguno de los grandes artistas venezolanos nace de la nada. Al contrario, hay tradiciones que comienzan a dibujarse y que alimentan y le dan sentido a lo que ha hecho cada uno de ustedes. Habría que reconocer al menos la deuda que tienen ante las prácticas paisajísticas de sus maestros en la Escuela de Artes Plásticas de Caracas.
CCD: Por supuesto, pero en la época teníamos muy poco conocimiento de ese pasado. Ni siquiera existía la
Historia de la pintura en Venezuela de Alfredo Boulton.
[4] La Escuela de Artes Plásticas funcionaba en la esquina de El Cuño, en la parroquia de Altagracia, en lo que había sido el cuartel de “Los Chácharos”, los policías andinos que Juan Vicente Gómez había traído a Caracas para aterrorizar a sus habitantes. Era una escuela con modesto presupuesto, pero que tuvo la virtud de darnos una formación muy sólida, especialmente por el nivel intelectual y moral del profesorado. En Historia del Arte, por ejemplo, tuvimos profesores como Luis Alfredo López Méndez, quien nos llevaba a ver y analizar las mejores colecciones venezolanas, como las de la familia Pietri, la de los Boulton y los Röhl. Allí había obras de los clásicos europeos e incluso de pintores flamencos y, por supuesto, de los pintores académicos venezolanos. Nos reuníamos continuamente con los profesores, entre los que estaban Antonio Edmundo Monsanto, Luis Alfredo López Méndez, Marcos Castillo, Juan Vicente Fabbiani, César Prieto y Francisco Narváez, y ellos nos mostraban los libros de arte que había en la biblioteca haciendo todo tipo de comentarios. López Méndez, en particular, era muy ameno.
AJ: Y claro, comenzar sus estudios de arte pocos años después de terminada la dictadura de Gómez, debe haberle comunicado a su generación un entusiasmo inmenso. Los intelectuales más influyentes de entonces hablaban de un renacer, un renacimiento casi, y muchos de ustedes sintieron quizás que había llegado el momento de hacer una obra verdaderamente importante.
[5]CCD: Sentíamos la necesidad de actuar y modificar el país para integrarnos a la historia. Teníamos el deseo de avanzar y no continuar sumisos a las ideas que venían de afuera. ¿No podíamos crear un arte que nos identificara? Por eso pensé que, tal vez, estudiando nuestro folklore, podría encontrar la fuente de un discurso propio e inédito que nos liberara de la dependencia cultural. Esa idea me llevó a emprender numerosos viajes al interior del país, haciendo fotografías y películas, dibujando y acumulando información para verterla luego en obras que relataban las tradiciones populares. Yo estaba convencido de que allí había un universo de sentido fuerte y auténtico que podía tener el mismo valor que las manifestaciones populares de otros países, y que a partir de allí se podía hacer una obra como la que habían hecho los americanos con sus historias de guerras, indígenas, vaqueros o gángsters, y los europeos con su inmenso legado histórico.
AJ: Y sigue siendo cierto. Son fenómenos sociales y culturales auténticos. Son parte de la realidad cultural del mundo y como tal deben tener, tienen, en sus mejores ejemplos, un fondo universal. Faltó quizás un pintor de amplio talento, como lo fue Diego Rivera en México, capaz de extraer de ese fondo de sentido una obra fuerte.
CCD: El trasfondo de ese anhelo era que el venezolano pudiera hablar de quien a quien, y de tú a tú, con el resto de los hombres. Queríamos tener una voz, que se nos oyera. Tener la certeza de que existíamos. Lo he dicho muchas veces y creo que no fue una motivación personal sino la necesidad de toda una generación.
AJ: Querían salir de esa especie de limbo sin historia que era el país, o que ustedes percibían como tal. Creo que es un sentimiento compartido, incluso hoy, por gran parte de los latinoamericanos.
CCD: En estos días, una joven me hablaba de su experiencia en la Tate Gallery de Londres: "No sabes qué alegría da" —me decía—, "qué sentimiento tan hondo se despierta cuando vas a un museo tan importante y te encuentras allí con la obra de artistas venezolanos. Eso me llena de orgullo". Yo también he sentido ese mismo orgullo con los venezolanos que han hecho obra trascendente y que han logrado una audiencia en el mundo. ¿Será un sentimiento reivindicativo, que nos dice que sí podemos? Tal vez, pero un sentimiento patriótico no es suficiente para hacer una obra trascendente. Por el contrario, puede generar pasiones equívocas extremadamente peligrosas y lamentables. Lo único que crea audiencia e interés en las personas de cualquier parte del mundo, son las propuestas inéditas, las obras clave, que abren nuevos horizontes al espíritu humano.
[1] Juan Vicente Gómez (1857–1935). Caudillo venezolano originario de Los Andes que controló al país entre 1908 y 1935.
[2] En 1528 la familia de los Welser, banqueros y comerciantes de Augsburgo, Alemania, celebran un convenio con la corona española para la explotación, poblamiento y gobierno de la provincia de Venezuela. El convenio estuvo activo hasta 1546, cuando por el descontento de los pobladores castellanos y acusaciones de incumplimiento del contrato, les fue retirada la concesión.
[3] Antonio Guzmán Blanco (1829–1899) fue un caudillo venezolano que controló al país entre 1870 y 1888. Promovió la laicización del estado y decretó la educación gratuita y universal. Fue uno de los mandatarios que más apoyó a los artistas plásticos con becas y grandes encargos oficiales.
[4] Alfredo Boulton (1908–1995), además de fotógrafo, fue uno de los más influyentes historiadores y críticos de arte venezolanos, autor de la primera
Historia de la pintura en Venezuela, obra que abarca desde los tiempos coloniales hasta los años setenta del siglo XX.
[5] Intelectuales como Mariano Picón Salas (1901–1965) afirmaban que el siglo XX venezolano había comenzado en 1936, tras la muerte del dictador Juan Vicente Gómez. Alfredo Boulton, por su parte, escribe en 1939 un artículo sobre el Giotto, donde de alguna manera comparaba su situación histórica con la nuestra, concluyendo que entre nosotros había llegado el momento de hacer una obra auténtica. Pocos años más tarde, Alejandro Otero emprendía su serie
Las cafeteras con la convicción de que él estaba llamado a hacer, por primera vez en Venezuela, una pintura verdaderamente importante.
Imagen: Carlos Cruz-Diez en la exposición
Fisicromías y Color Aditivo realizada en el Museo de Bellas Artes en 1960.