En el esfuerzo constante de los artistas concretos por hacer del plano pictórico un cuerpo que no le debiera ya nada al antiguo espacio representativo de la pintura, la música se convirtió en un ejemplo de los más eficaces. En efecto, ella permitía imaginar un organismo plástico donde el color y la forma funcionaran en el espacio pictórico como el sonido en el tiempo. Para ello, por supuesto, se hacía necesario tratar estos elementos de la pintura como realidades en sí. ¨El arte concreto habitúa al hombre a la relación directa con las cosas y no con las ficciones de las cosas¨.1 En esta pieza de Tomás Maldonado podemos apreciar uno de estos intentos por conseguir una especie de equivalente plástico de la música. Así, observamos cómo las diversas formas coloreadas (líneas, puntos, rectángulos) parecen funcionar como una especie de mecanismo pictórico en el tiempo. El título, por lo demás, nos da una pista clara para su lectura. No obstante, y Maldonado no dejó de observarlo, se hacía difícil para el pintor conseguir ese estricto orden concreto que perseguían. Toda forma en el plano generaba inmediatamente la ilusión de un espacio, ese justamente donde las líneas y de esta pintura ‘parecen’ moverse.